
De los Sueños, De mis Manos y de todo lo Visible y lo Invisible. Todo lo que aquí ves, es producto de mi imaginación y mis manos. Gracias por tu visita.
viernes, 17 de julio de 2009
Campanillas
A principios de la década de 1980 Vintage se convierte en una calificación para denominar prendas de vestir, accesorios de indumentarias, adornos, juguetes y los más variados artículos de décadas pasadas. Pero no todo lo viejo y usado es vintage. Son aquellas piezas de calidad que hicieron furor en el siglo pasado.
En el mercado hay una calificación de calidad Vintage:
MINT, el artículo está como nuevo, casi no usado.
EXCELENTE, el artículo fue usado y está impecable.
MUY BUENAS CONDICIONES, con signos de haber sido usado.
BUENAS CONDICIONES, usado, con alguna posible marca o arruga.
REGULAR, muy usado, gastado.
MAL ESTADO, roto, descosido, desteñido.
Autor: KELA_SALINAS2006 (31)
domingo, 12 de julio de 2009
Mujeres de ojos grandes. Preludio de Bach
Descripción:
las piedras centrales son de jaspe (picaso creo, por que no las habia visto nunca así); las bolas son de onix y la cadena del colgante es organza metálica, rematado con soutache.

Un precioso libro para leer y pensar. La escritora lo relata de una manera tan escueta y descriptiva que desde la primera frase consigue capturar toda tu imaginación. Trata sobre la maestría sin grandes aspavientos de las mujeres que en una época no muy lejana, se las arreglaban para vivir su vida con la cabeza bien alta y sin levantar siquiera el polvo del suelo por el que pisaban... ya conocéis el dicho..."la inteligencia se abre camino".
"La tía Leonor" de Angeles Mastretta
Latía
Leonor tenía el ombligo más perfecto que se haya visto. Un pequeño punto
hundido justo en la mitad de su vientre planísimo. Tenía una espalda
pecosa y unas caderas redondas y firmes, como los jarros en que tomaba
agua cuando niña. Tenía los hombros suavemente alzados,
caminaba despacio, como sobre un alambre. Quienes las vieron cuentan que
sus piernas eran largas y doradas, que el vello de su pubis era un
mechón rojizo y altanero, que fue imposible mirarle la cintura sin
desearla entera. A los diecisiete años se casó con la cabeza y con un
hombre que era justo lo que una cabeza elige para cursar la vida.
Alberto Palacios, notario riguroso y rico, le llevaba quince años,
treinta centímetros y una proporcional dosis de experiencia. Había
sido largamente novio de varias mujeres aburridas que terminaron
por aburrirse más cuando descubrieron que el proyecto matrimonial
del licenciado era a largo plazo. El destino hizo que tía Leonor
entrara una tarde la notaría, acompañando a su madre en el trámite de
una herencia fácil que les resultaba complicadísima, porque el
recién fallecido padre de la tía no había dejado que su mujer pensara ni
mediahora de vida. Todo hacía por ella menos ir al mercado y cocinar.
Le contaba las noticias del periódico, le explicaba lo que debía pensar
de ellas, le daba un gasto que siempre alcanzaba, no le pedía
nuncac uentas y hasta cuando iban al cine le iba contando la película
que ambos veían: «Te fijas, Luisita, este muchacho ya se enamoró de
la señorita. Mira cómo se miran, ¿ves? Ya la quiere acariciar, ya
la acaricia. Ahora le va a pedir matrimonio y al rato seguro la va a
estar abandonando.» Total que la pobre tía Luisita encontraba
complicadísima y no sólo penosa la repentina pérdida del hombre ejemplar
que fué siempre el papá de tía Leonor. Con esa pena y esa complicación
entraron a la notaría en busca de ayuda. La encontraron tan solícita y
eficaz que la tía Leonor, todavía de luto, se casó en año y medio con
el notario Palacios. Nunca fue tan fácil la vida como entonces. En
el único trance difícil ella había seguido el consejo de su madre:
cerrar los ojos y decir un avemaría. En realidad, varios avemarías,
porque aveces su inmoderado marido podía tardar diez misterios del
rosario en llegar a la serie de quejas y soplidos con que culminaba el
circo ques in remedio iniciaba cuando por alguna razón, prevista o no,
ponía la mano en la breve y suave cintura de Leonor.
Nada
de todo lo que las mujeres debían desear antes de los veinticinco años
le faltó a tía Leonor: sombreros, gasas, zapatos franceses, vajillas
alemanas, anillo de brillantes, collar de perlas disparejas, aretes de
coral, de turquesas, de filigrana. Todo, desde los calzones que bordaban
las monjas trinitarias hasta una diadema como la de la princesa
Margarita.Tuvo cuanto se le ocurrió, incluso la devoción de su marido
que poco apoco empezó a darse cuenta de que la vida sin esa preciosa
mujer sería intolerable. Del circo cariñoso que el notario montaba por
lo menos tres veces a la semana, llegaron a la panza de la tía Leonor
primero una niña y luego dos niños. De modo tan extraño como sucede sólo
en las películas, el cuerpo de la tía Leonor se infló y desinfló las
tres veces sin perjuicio aparente. El notario hubiera querido levantar
un acta dando fé de tal maravilla, pero se limitó a disfrutarla,
ayudado por la diligencia cortés y apacible que los años y la curiosidad
le habían regalado a su mujer. El circo mejoró tanto que ella dejó
de tolerarlo con el rosario entre las manos y hasta llegó a
agradecerlo, durmiéndose después con una sonrisa que le duraba todo el
día. No podía ser mejor la vida en esa familia. La gente hablaba siempre
bien de ellos, eran una pareja modelo. Las mujeres no encontraban mejor
ejemplo de bondad y compañía que la ofrecida por el licenciado Palacios
a la dichosa Leonor, y cuando estaban más enojados los hombres evocaban
la pacífica sonrisa de la señora Palacios mientras sus mujeres
hilvanaban una letanía de lamentos. Quizá todo hubiera seguido por el
mismo camino si a la tía Leonor no se le ocurre comprar nísperos un
domingo.
Los domingos iba
al mercado en lo que se le volvió un rito solitario y feliz. Primero lo
recorría con la mirada, sin querer ver exactamente de cuál fruta salía
cuál color, mezclando los puestos de jitomate con los de limones.
Caminaba sin detenerse hasta llegar donde una mujer inmensa, con cien
años en la cara, iba moldeando unas gordas azules. Del comal recogía
Leonorcita su gorda de requesón, le ponía con cautela un poco de salsa
roja y la mordía despacio mientras hacía las compras. Los nísperos son
unas frutas pequeñas, de cáscara como terciopelo, intensamente amarilla.
Unos agrios y otros dulces. Crecen revueltos enlas mismas ramas de un
árbol de hojas largas y oscuras. Muchas tardes,cuando era niña con
trenzas y piernas de gato, la tía Leonor trepó al níspero de casa de sus
abuelos. Ahí se sentaba a comer deprisa. Tres agrios, un dulce, siete
agrios, dos dulces, hasta que la búsqueda y la mezcla de sabores eran un
juego delicioso.
Estaba
prohibido que las niñas subieran al árbol, pero Sergio, su primo, era un
niño de ojos precoces, labios delgados y voz decidida que la inducía a
inauditas y secretas aventuras. Subir al árbol era una de las fáciles.
Vio los
nísperos en el mercado, y los encontró extraños, lejos del árbol pero
sin dejarlo del todo, porque los nísperos se cortan con las ramas más
delgadas todavía llenas de hojas. Volvió a la casa con ellos, se los
enseñó a sus hijos y los sentó a comer, mientras ella contaba cómo eran
fuertes las piernas de su abuelo y respingada la nariz de su abuela.
Al
poco rato, tenía en la boca un montón de huesos lúbricos y cáscaras
aterciopeladas. Entonces, de golpe, le volvieron los diez años, las
manos ávidas, el olvidado deseo de Sergio subido en el árbol, guiñándole
un ojo. Sólo hasta ese momento se dio cuenta de que algo le habían
arrancado el día que le dijeron que los primos no pueden casarse entre
sí, porque los castiga Dios con hijos que parecen borrachos. Ya no había
podido volver a los días de antes. Las tardes de su felicidad estuvieron
amortiguadas en adelante por esa nostalgia repentina, inconfesable.
Nadie se hubiera atrevido a pedir más: sumar al a redonda tranquilidad
que le daban sus hijos echando barcos de papel bajo la lluvia, al cariño
sin reticencias de su marido generoso y trabajador, la certidumbre en
todo el cuerpo de que el primo que hacía temblar su perfecto ombligo no
estaba prohibido, y ella se lo merecía por todas las razones y desde
siempre. Nadie más que la desaforada tía Leonor.
Una
tarde lo encontró caminando por la de 5 de Mayo. Ella salía de la
iglesia de Santo Domingo con un niño en cada mano. Los había llevado a
ofrecer flores como todas las tardes de ese mes: laniña con un vestido
largo de encajes y organdí blanco, coronita de paja y enorme velo
alborotado. Como una novia de cinco años. El niño, con un disfraz de
acólito que avergonzaba sus siete años.
- Si no hubieras salido corriendo aquel sábado en casa de los abuelos este par sería mío - dijo Sergio dándole un beso.
- Vivo con ese arrepentimiento - contestó la tía Leonor.
No esperaba
esa respuesta uno de los solteros más codiciados de la ciudad. A los
veintisiete años, recién llegado de España, donde se decía que aprendió
las mejores técnicas para el cultivo de aceitunas, el primo Sergio era
heredero de un rancho en Veracruz, otro en San Martín y, otro más cerca
de Atzálan. La tía Leonor notó el desconcierto en sus ojos, en la lengua
con que se mojó un labio, y luego lo escuchó responder: - Todo fuera
como subirse otra vez al árbol.
La
casa de la abuela quedaba en la 11 Sur, era enorme y llena de
recovecos. Tenía un sótano con cinco puertas en que el abuelo pasó horas
haciendo experimentos que a veces le tiznaban la cara y lo hacían
olvidarse por un rato de los cuartos de abajo y llenarse de amigos con
los que jugar billar en el salón construido en la azotea. La casa de la
abuela tenía un desayunador que daba al jardín y al fresno, una cancha
para jugar frontón que ellos usaron siempre para andar en patines, una
sala color de rosa con un piano de cola y una exhausta marina nocturna,
una recámara para el abuelo y otra para la abuela, y en los cuartos
que fueron de los hijos varias salas de estar que iban llamándose como
el color de sus paredes. La abuela, memoriosa y paralítica, se acomodó
a pintar en el cuarto azul. Ahí la encontraron haciendo rayitas con
un lápiz en los sobres de viejas invitaciones de boda que siempre le
gustó guardar. Les ofreció un vino dulce, luego un queso fresco y
después unos chocolates rancios. Todo estaba igual en casa de la abuela.
Lo único raro lo notó la viejita después de un rato: - A ustedes dos,
hace años que no los veía juntos. - Desde que me dijiste que si los
primos se casan tienen hijos idiotas - contestó la tía Leonor. La
abuela sonrió, empinada sobre el papel en el que delineaba una
flor interminable, pétalos y pétalos encimados sin tregua. - Desde que
por poco y te matas al bajar del níspero -dijo Sergio. - Ustedes
eran buenos para cortar nísperos, ahora no encuentro quién.
-Nosotros seguimos siendo buenos -dijo la tía Leonor, inclinando su
perfecta cintura. Salieron del cuarto azul a punto de quitarse la ropa,
bajaron al jardín como si los jalara un hechizo y volvieron tres horas
después con la paz en el cuerpo y tres ramas de nísperos. -Hemos
perdido práctica -dijo la tía Leonor. -Recupérenla, recupérenla, porque
hay menos tiempo que vida -contestó la abuela con los huesos de
níspero llenándole la boca.
Algún día le leeré a mi hijo "Iván" el relato de "la tía Maria" para que vea que hay más personas como él y que a la larga es algo que se puede superar... Animo Cielo.
Bueno y aquí se queda el principio de otro de los relatos de este libro para que os pique el gusanillo y lo leáis... (y no es lectura para mujeres... si no lectura interesante que agita las neuronas)
La tia Daniela se enamoró como se enamoran siempre las mujeres ineligentes: como una idiota..........
Era tan sabia que ningún hombre queria meterse con ella por más que tuviera los ojos de miel y una boca brillante, por más que su cuerpo acariciara la imaginación despertando las ganas de mirarlo desnudo, por más que fuera hermosa como la virgen del Rosario. Daba temor quererla por que algo había en su inteligencia que sugería siempre un desprecio por el sexo opuesto y sus confusiones.
Pero aquel hombre que no sabia nada de ella y de sus libros, se le acercó como a cualquiera. Entonces la tia Daniela ...................
miércoles, 8 de julio de 2009
¿QUIEN DIJO QUE LAS SIRENAS NO EXISTEN?

Aprovechando que mis hombres me han abandonado en casa y como ya estaba un pelín casada de las piedritas y la lana, me he hablado yo con migo misma y me he dicho: ..- ¡uy! Que monada el dibujo digital que ha hecho “pemdientera”- (precioso.. No dejéis de pasar por su blog y mirarlo) - que añoranza tengo de dibujar mis caritas..., pero....ponte ahora a buscar el “cánson” ese gigante que utilizas; Despeja la mesa de trabajo y busca los lapiceros... y eso sin contar que los “pantone” deben de estar criando malvas..... “pos mal vas” maricristi. - así que como lo único que tengo siempre en marcha y no mancha nada es mi amigo el corel.....pues ala que me he puesto...

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